ECOLOGÍA VERBAL

ECOLOGÍA VERBAL

ECOLOGÍA VERBAL

Se calcula que tenemos 60.000 pensamientos diarios de los cuales, según los informes científicos, el 90% son de tono negativo, repetitivos y anclados en el pasado. Si no te lo crees, presta atención a tu charla interior. 

Todos los que estamos delante de esta pantalla formamos parte de diferentes ecosistemas sociales (y seguramente otros ecosistemas que ya se han extinguido o que siguen existiendo pero ya no formamos parte) que influyen directamente en nuestro crecimiento. El ejemplo es claro: con el grupo de amigos (o padres/madres de los amigos) del colegio nos relacionamos de una determinada manera y con el grupo de amigos (o padres/madres de los amigos) del equipo nos relacionamos de manera distinta. Las actividades sociales son diferentes. La alimentación que tengamos en nuestras quedadas son diferentes. El estilo de comunicación y sus respectivas palabras son diferentes. Y todo esto construye a nuestra persona. 

Y ya que hemos sacado el tema de las palabras, aprovechamos para introducir un concepto más que interesante del neurólogo Boris Cyrulnik: la ecología verbal.  Otro día ya escribiremos sobre la importancia de la conceptualización, pero es más que beneficioso para nuestra comprensión teórica y su aplicación práctica poder darle nombre a algo amplio, complejo y aparentemente intangible pero que tiene un claro impacto en nuestra manera de ver la realidad e interactuar con ella. De manera muy breve y resumida, el concepto hace referencia a utilizar una comunicación que, como mínimo, no altere el equilibrio interno. Nuestro, y a poder ser, también de las otras personas. Trasladándolo al terreno de juego, estoy convencido que si buscamos en nuestros rincones memorísticos encontraremos algún ejemplo donde la comunicación entre compañerxs, el mensaje del entrenador/a o las palabras del padre/madre han influido en la interpretación personal de un jugador/a de una situación que esté viviendo en un momento concreto de la competición, incluso de todo el partido.

¿Nuestra comunicación es ecológica o contamina nuestro ecosistema? Para descubrirlo podemos hacer análisis de nuestro diálogo interno como personas adultas, después ya lo extrapolaremos a nuestro rol como madre, padre o entrenador. Por ejemplo, ¿Qué te dices a ti mismo un lunes por la mañana? Eres más de los “vamos a por la semana” o de los “que palo, a empezar otra vez”, o incluso de los “qué lejos está el viernes”. Si además lo verbalizas, siento darte la noticia de que en casa o en el vestuario empezarán la semana de la misma forma. Si no te lo crees, haz la prueba y experiméntalo tú mismx.

Y es que el ambiente comunicativo dentro de un ecosistema influye a todas las personas que lo forman. Y sí, es cierto que estamos muy interesadxs, o preocupadxs en lo que provocamos en nuestrxs hijxs o jugadorxs, pero igual, o más importante, es lo que provocamos en nosotrxs mismxs. Porque no hay manera más eficiente de educar que ser ejemplo. Si con nosotros mismos tenemos una comunicación restrictiva, con miedos, quejas y reproches, el resultado en una situación de adversidad será de debilidad. Por el contrario, si nuestro lenguaje interno es de crecimiento, expansión y motivación, estamos fortaleciéndonos por dentro para afrontar esas situaciones adversas.

Como padres, madres, entrenadores y formadores, pero mucho más como personas, esto nos coloca en una posición de responsabilidad. Porque ante cualquier situación es más fácil echar balones fuera que responsabilizarnos del significado que le estamos otorgando a ese suceso a través de nuestras palabras. Es más fácil que asumir que con las palabras estamos desarrollando un ambiente comunicativo en nuestra casa o en el vestuario, influyendo en el estilo de comunicación interno de todos los que forman parte de ese ecosistema. 

Así que vamos a intentar jugar la tercera parte del partido en casa o en el vestuario. ¿Cómo? Cuidando lo invisible, siendo conscientes de nuestra comunicación e intentando que sea lo más ecológica posible. Es bueno para nuestra salud mental y es bueno para la salud mental de los demás.

Jugar con mochila

Si los especialistas de la condición física lo hubiesen visto, seguramente hubieran pensado que aquello estaba más cerca de una negligencia que no de un recurso condicional para fortalecer y optimizar el rendimiento.

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Aquellos locos bajitos…

…que jugaban en la calle hasta hacerse de noche, que eran felices detrás del balón, que decidían el resultado de toda la tarde en la última jugada y no importaba más que para la revancha del día siguiente… ¿Dónde están esos locos bajitos?

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