Que las palabras ayudan a construir nuestra realidad no es ninguna novedad. Que recurramos a otros idiomas para dar nombre a significados que todavía no tienen “madre” en nuestro idioma tampoco lo es. Lo que sí puede ser una novedad es nuestra posición más activa o más pasiva en la construcción de esa realidad. Es decir, la manera en la que yo escoja las palabras con las que describo una situación puede cambiar radicalmente mi predisposición a vivirla y por lo tanto mi experiencia. Y lo mismo pasa en el juego.

Si ante un partido con lluvia lo que me digo es “vaya m*** de día para jugar”, estoy escogiendo una actitud pasiva y reactiva ante los acontecimientos de ese día. Si ante el mismo día lluvioso lo que me digo es “hoy se van a dar muchas segundas jugadas”, mi predisposición a vivir ese partido es muy diferente. 

De igual manera que podemos abrir y cerrar puertas a las posibilidades y acontecimientos en el juego, también podemos hacerlo con nosotros. De ahí la importancia de nuestro autoconcepto y nuestra propia identidad. Si en las etapas iniciales nos dicen que somos muy despistadxs y nos desconcentramos fácilmente en entrenamientos y partidos, o que somos demasiados tímidos en el campo, muy probablemente lleguemos a creérnoslo y, aquí está el peligro: a comportarnos como tal. Y es que creencia y comportamiento están estrechamente ligados, y más cuando el mensaje se repite a lo largo del tiempo, en diferentes contextos y a través de diferentes personas. 

Como entrenadorxs, padres, madres, gestores de clubes o cualquier agente estrechamente relacionado con el jugador tenemos la responsabilidad de cuidar nuestras palabras, y más en etapas iniciales. Porque muchas veces las utilizamos sin pensar sin ser conscientes en cómo y cuánto calan en la construcción del diálogo interno, del autoconcepto y de la autoestima de la persona. Y no se trata tampoco de caer en la trampa del fácil elogio. Se trata de cultivar una mente con puertas abiertas al cambio, al desarrollo y a la mejora a través del error. 

Que un error en un entrenamiento no te define, te hace mejorar. Que el jugador o jugadora que fuiste la semana pasada puede ser distinto al que seas hoy. Que a veces tienes comportamientos tímidxs, o despistadxs, pero eso no quiere decir que siempre seas tímidx o despistadx. 

Y en etapas más adultas, la responsabilidad del propio jugador o jugadora es todavía mayor. Porque en un contexto más complejo, muchas veces resultadista y con diversos tipos de presión, el equilibrio mental será determinante en el rendimiento. La buena noticia es que se puede (y se debe) entrenar, dedicándole el espacio y tiempo que merece para poder construir, a base de palabras (que nos hagan bien) nuestra mente, nuestro juego y nuestra realidad. 

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